16 de noviembre de 2008

1975 - 23 de diciembre - 2008: Monte Chingolo

UNA INTENSA HISTORIA DE AMOR:

Los que integramos aquellas decenas de hombres y mujeres que ingresaron en el Batallón de Arsenales 601 "Domingo Viejobueno", objetivo militar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sabemos que el recuerdo de esa sucesión de hechos políticos, mezclados con anécdotas verídicas y cargadas de una subjetividad que no puede estar ausente después de tantos años en una historia épica, es un hecho que marcó nuestras vidas para siempre.

Más allá de los detalles, la faceta humana aún no fue expuesta en los textos y homenajes sobre aquellos días.

El amor, las relaciones personales, las certezas, los miedos, las dudas, el coraje... y nuevamente el amor, son muestras gratis de la forma en que los hombres y las mujeres del ERP entendíamos la vida.

Hay un trasfondo filosófico en todo aquello, una manera de interpretar el mundo y las relaciones personales, que se caracterizaba especialmente por el desprendimiento y el amor al prójimo. La muerte del Comandante Pedro, con el vientre abierto por las bayonetas después de largos días y noches de torturas en Campo de Mayo, manteniendo su silencio ante sus torturadores, no fue menos que una enorme declaración de amor a sus compañeros, a los argentinos y a su PRT-ERP.

Esa actitud de un jefe explica por qué 70 guerrilleros debieron ser combatidos por miles de efectivos de unidades combinadas de las tres armas y todas las fuerzas de seguridad nacionales, federales y provinciales. Y así y todo, gran parte de los combatientes se les escapó de las manos, luchando incluso toda la noche siguiente en condiciones de inferioridad material absoluta pero con una superioridad moral evidente.

El 23 de diciembre de 1975 vi combatir y caer a mis compañeros, y por un pudor que ciertamente he perdido con el paso del tiempo, algunos pasajes terribles y otros maravillosos creo que son dignos de ser relatados.

Como aquel, en que debí extraer un cargador de fusil que se había incrustado entre las vísceras derramadas de un compañero, alcanzado por una descarga de ametralladora MAG. Hundí la mano en su cuerpo, para sacar de él su último aporte al ERP, sus balas. En esa batalla, los guerrilleros seguían aportando incluso después de muertos.

El grito de Tony, "viva la revolución", cuando fue literalmente partido al medio por una doble descarga de ametralladoras, antes de caer sobre el pasto. La fiereza y la ternura de Panchú en combate, con ocho tiros en el cuerpo, disparando su arma, gritándole al enemigo y acariciando la cabeza de un soldado aterrorizado que desde el piso, detrás de la Guardia Central , lloraba mientras decía que no quería morir.

Y sus ojos, los ojos de Panchú, esa mirada fuerte que sentimos en la caldera de la Compañía de Servicios, aprobando la decisión de que los heridos que no podían moverse por si mismos quedarían allí, para morir cantando la marcha del ERP antes de ser asesinados por los criminales uniformados.

Imposible olvidar los pasajes bellos de aquella batalla desigual, como cuando con ella le robábamos horas al sueño para acariciarnos en una habitación minúscula llena de guerrilleros durmiendo que, dicha sea la verdad, se habrían escandalizado si nos hubieran visto.

En esas noches ella y yo hablamos de cosas menores en el plano material y político: de sus futuras milanesas, de mi próximo hambre, de "qué lindo sería estar solos ahora".

Me dijo al oído "se te fue la mano, cómo le hablaste a esa compañera....", una frase que encierra toda una paradoja, porque se refería a una compañera a quien yo había reprendido con dureza en la casa de concentración a raíz de un error que ella había cometido. Se trataba de quien pocos meses después sería mi mujer, una excelente oficial del ERP, una compañera maravillosa, quien también perdería a su compañero en Monte Chingolo y con la que tuvimos dos hijos tan maravillosos como su madre.

Haberme ido, en apariencia, del comentario de los hechos más importantes ocurridos en Monte Chingolo hacia temas personales, resulta finalmente no ser una licencia individual, ya que vuelvo a mi condición de protagonista de aquella historia de amor y de muerte.

En la memoria surgen los rostros, los amores, las palabras, los silencios, las miradas, los sueños, de todas esas vidas valiosas que se perdieron o la de quienes siguieron viviendo con un nudo en la garganta cada 23 de diciembre. Todos están, estamos, los compañeros.

Yo sé que para los familiares de los caídos resulta imprescindible saber con imposible exactitud qué pasó con sus seres queridos. Y que han oído relatos con detalles contradictorios por parte de quienes se los contaron, hayan estado allí o no.

Pero es que ni siquiera quienes estuvimos allí podemos tener una idea completa y exacta de cómo fueron las cosas cincuenta metros más allá de nuestra narices. O menos todavía.

En aquellas horas, el grito de guerra del ERP, "A vencer o morir por la Argentina ", estaba siendo llevado a la práctica. La especulación política no tenía espacio cuando el tableteo de las ametralladoras y la fusilería sólo era tapado por el vómito de balas enormes que soltaban las ametralladoras punto 50 desde los helicópteros y los aviones, y las MAG de los blindados y las torres de observación cegaban las vidas de nuestros hermanos guerrilleros.

El cumplimiento de la misión primero y la supervivencia solidaria después era lo único que importaba y esos temas se debatían en pocos metros a la redonda de cada uno de nosotros.

Lo que no puede estar ausente de ningún relato, es esa enorme cantidad de amor desplegada en aquellas horas por hombres y mujeres que tuvieron la virtud de exhibir una calidad humana superior.

Esa gran batalla del ERP en Monte Chingolo podrá ser criticada en términos políticos y hasta de táctica militar, eso es materia opinable, pero no deja de ser una historia de amor interminable. Que nadie se escandalice por atreverme a rescatar lo bello en este episodio sangriento en la vida real. Y me atrevo a decir también, que nadie se atreva a ensayar en un homenaje como el del 23 de diciembre una autocrítica política o una crítica militar, porque no es éste el momento ni el lugar para hacerlas.

Las autocríticas y las críticas son necesarias para las organizaciones políticas o para los hombres y mujeres que las hacen, en un marco de debate y reflexión.

Seguramente nuestros hermanos y hermanas caídos en Monte Chingolo tendrían algo que decir sobre esos temas. Pero no pueden hacerlo. Este es un homenaje que organizamos nosotros, pero que les pertenece a ellos, y no sería de buenas personas usarlo para otros fines.

Darío, Ex oficial del Batallón General San Martín del ERP